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Rio+20: não deixemos passar a hora! Río+20: ¡No dejemos pasar la hora!

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En medio de más y más basura, la convivencia de la abundancia extrema con la miseria extrema, la civilización capitalista industrial productivista y consumista ejerce gran fascinación, enorme, conquistando corazones y mentes, casi sin fronteras. El hecho es que la economía y el poder que la sustentan, así como el estilo de vida de esta civilización, tienen como presupuestos indispensables la dominación, el racismo y la discriminación, el machismo y la exclusión social, una destrucción ambiental que compromete la sustentabilidad de la vida y del planeta.

 

Comienza a surgir en el seno de las sociedades civiles del mundo entero la conciencia que, de esta forma no es posible continuar. ¡Necesitamos cambiar ahora! Pero, éticamente no se trata de salvar el planeta y olvidar a la humanidad. ¿Cómo cambiar conciliando la agenda de la sustentabilidad de la naturaleza y de la vida con la justicia social? Esta es la gran demanda para la ciudadanía y la democracia del lugar en que vivimos al mundo todo, reconociéndonos como una comunidad ciudadana planetaria, con derechos y responsabilidad compartidos, compartiendo valores de libertad e igualdad, de solidaridad y participación democrática, valorizando nuestra diversidad e interdependencia.

 

La enorme esperanza generada por la ECO-92, la Conferencia de la Naciones Unidas para el Medio Ambiente y el Desarrollo, no fue capaz de transformarse en un contrapunto frente a la avasalladora globalización neoliberal que tomó cuenta del mundo en los años 90 y comienzos de este siglo. En la misma proporción en que crecieron las grandes empresas, aumentó la disputa mundial por los recursos, la destrucción y la desigualdad. El objetivo del crecimiento de los negocios a cualquier precio fue favorecido por la liberalización económica, desregulación y flexibilización, inutilizando la propia capacidad promotora de derechos y reguladora de los Estados. La ONU, como órgano de representación y creció el ilegítimo G8, bajo el liderazgo de la única potencia militar imperial, los EEUU. Ahora, en el centro de la crisis apareció el G20, una prolongación del club cerrado del poder mundial del G8, que no cambia la esencia asimétrica del poder y la dominación que favorece.

 

La agenda de la justicia social fue relegada a los llamados ODM – Objetivos de Desarrollo del Milenio- ocho puntos nada ambiciosos, donde se acuerda hacer justicia sin cambiar las causas de la injusticia. Pero, ni eso está siendo hecho. La falta de voluntad de cambiar el modo de organizar las sociedades, su economía y su poder, queda más clara todavía en las negociaciones que siguieron a las convenciones firmadas en 1992. Con muchas dificultades se llegó al Protocolo de Kyoto, sobre cambios climáticos, referido sólo al pago por el derecho de continuar contaminando para que otros, en otros lugares del mundo asuman el compromiso de captar carbono, con bosques en pie. En Durban, 2002, el negocio verde ganó espacio en la conferencia y perdió la esperanza que aún fuese posible aspirar a cambios más radicales. Nuevamente en 2009, en Copenhague, parecía resurgir la esperanza. A pesar de la presión en las calles, los gobernantes no pasaron de una declaración de promesas vagas.

 

¡Así no da para más! Las múltiples y combinadas crisis, del corazón de los países desarrollados dominantes se arrastran y contaminan a todo el mundo, sólo reforzando la convicción de activistas por otro mundo. El paradigma industrial capitalista, productivista y consumista está siendo corroído por sus propias contradicciones. No se trata de una mera remodelación el que abrirá un nuevo rumbo.

 

En el caso de la conferencia Río+20, todo eso parece operar al mismo tiempo. La crisis funciona como disculpa para gobernantes que no se comprometen. Obama visitó Brasil este año, estuvo en Rio, accionó su arsenal contra Libia y habló de casi todo, incluso de la Copa del Mundo de Fútbol de 2014 y de las Olimpíadas de 2016, pero nada de la Conferencia tan vital para la humanidad y el planeta. Mirando para otro lado ¿Que están haciendo los líderes europeos para hacer de Rio + 20 algo distinto? ¿La crisis de la zona del euro justifica el silencio? Y del Japón -de los terremotos, maremotos y derrames nucleares- ¿Se puede esperar algo? Los “emergentes” -nosotros, brasileños y brasileñas entre ellos- con sus ambiciones de rápido crecimiento, a cualquier costo, son parte del problema y no de la solución. ¿Y qué hacer si el propio presidente de la Conferencia Rio + 20 es un embajador chino en la ONU? La conferencia será en Brasil, pero en nuestra agenda tenemos la retomada de las usinas nucleares, el petróleo de los pre-sal, las grandes represas de la Amazonia y, para complicar más, la flexibilización del Código Forestal. El cuadro no podría ser más desalentador.

 

En su contenido, incluso poco o nada podemos esperar de la conferencia. El tema principal es la economía verde, algo más palpable que hablar de la sustentabilidad que, por lo menos da relevancia a la relación sociedad y naturaleza de forma más amplia. Calificar de verde una economía cuya lógica es acumular riqueza por encima de todo, modificar y mercantilizar la vida y la naturaleza, generando destrucción y desigualdades, incluso en nombre del empleo, no pasa de una apertura de un nuevo frente de negocios. El tema de la gobernabilidad, también en la pauta, no pasa de otro nudo, pues se trata de empoderar organismos en la ONU para la regulación del “negocio verde”. Para completar, el formato no es de una cúpula, sino de una conferencia de nivel ministerial, vacía por definición.

 

La naciente ciudadanía planetaria, en su diversidad, de identidades y voces disonantes, no tiene nada que esperar en Río+20. Necesitamos creer en nuestra capacidad de instituyentes y constituyentes, llamados a destapar las contradicciones y hacer avanzar la historia en ciertos momentos. Pienso que estamos delante de un gran desafío y de una posibilidad. El desafío de tener la osadía para soñar los cambios imposibles que la humanidad y el planeta necesitan para cambiar el paradigma. El desafío es también tener coraje para hacer propuestas que parecen imposibles y actuar para volverlas posibles. Es así que se hace la historia humana, con sus caminos y descaminos.

 

La posibilidad es aprovechar el tiempo hasta la Conferencia Rio+20, su realización e invertir el juego, crear el espacio vibrante de la ciudadanía mundial por la sustentabilidad de la vida y del planeta. Al revés de reaccionar a lo que se propone y discute en la conferencia oficial o hacer eventos paralelos alrededor, hagamos que el evento principal sea de la ciudadanía, en que cabe a los representantes de la conferencia oficial reaccionar a lo que proponemos y demandamos.

 

El método es nuestro método de ciudadanía activa, donde el número de personas movilizadas en torno a una causa se transforma en calidad política y fuerzas transformadoras. Necesitamos ocupar y abrir el espacio público, politizar la economía y la vida, radicalizar las demandas democratizando la propia democracia, de esta vez diversa, pero de dimensiones e impacto planetario. La receta es simple: movilización, participación y presión, creyendo en la fuerza de nuestros sueños e ideas, formulando propuestas audaces.

 

Hagamos de Rio+20 un momento de indignación planetaria y de viraje ciudadano. Necesitamos hacer valer nuestro poder ciudadano, con su raíz profunda en la diversidad de lo que somos y situaciones que vivimos, con la fuerza de nuestras ideas, la riqueza de nuestras experiencia de construcción del futuro aquí y ahora, con nuestra capacidad de construir redes y movilizar, con nuestra incidencia política. Como dice el poeta “quien sabe hace en la hora, no espera que suceda.”

 

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