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¿Qué Brasil y qué Amazonia necesita el mundo? ¿Qué Brasil y qué Amazonia necesita el mundo?
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Contexto

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Ante la amenaza de un mundo organizado por relaciones destructoras de la vida y generadoras de exclusión, desigualdades y violencia, hace falta plantearse cómo construir una sociedad planetaria justa, diversa y solidaria al mismo tiempo. Desde la óptica del Brasil, potencia mundial emergente, y al mismo tiempo amenazada por una gran fractura social, y la de Amazonia, pulmón del planeta que la ceguera del mercado pretende poseer y aniquilar, Grzybowski expone algunas pistas de cambio desde la experiencia de la organización IBASE y la de la “gran escuela de la ciudadanía planetaria” que es el Foro Social Mundial.

 

Vivimos en un momento crucial para la humanidad. Prevalecen hoy relaciones, estructuras, procesos, intereses, fuerzas e ideologías, todas muy poderosas, homogéneas y excluyentes que intensifican la globalización capitalista. Esta situación perdura a pesar de las trincheras de resistencia que se forman en las diferentes sociedades del planeta, articulándose en coaliciones y redes de lo local a lo mundial. En realidad persisten formas de poder y modelos económicos que destruyen los fundamentos naturales de la vida, concentran riquezas y poder en unas pocas corporaciones globales, generando más exclusión y violencia. ¿Para dónde vamos? ¿Cómo podemos construir un mundo diferente, de justicia social y sustentable? ¿De igualdad social y diversidad cultural? ¿De derechos y responsabilidades, con solidaridad de lo local a lo mundial? ¿De participación democrática y poder ciudadano?

 

Es con tal perspectiva “mundialista” y al mismo tiempo con raíces locales profundas, a través de la cuales podemos ejercer plenamente nuestra ciudadanía, que planteo algunos puntos para la reflexión. Estos son bocetos, son esfuerzos de profundización del análisis, de intercambio y confrontación de ideas entre socios que comparten los mismos valores, en el ideal que nos inspira el estar juntos en el proceso del Foro Social Mundial. Y lo hago con cierto pragmatismo también, pues tenemos el desafío específico de realizar el Foro Social Mundial en Amazonia en enero del 2009. Se trata de pensar en Brasil y en Amazonia desde una perspectiva mundial y pensar en el mundo desde la perspectiva de Brasil y Amazonia, con sus habitantes y su diversidad biológica.

 

I – El “desorden” global: ¿cómo enfrentarnos a la crisis de la civilización?

 

Formamos parte de un mundo amenazado en este inicio del siglo XXI. Luego de tres décadas de feroz globalización económica y financiera, (con desregulaciones de todo tipo en nombre del mercado libre), y de dos décadas después de la caída del Muro de Berlín y el fin del orden bipolar de la guerra fría, enfrentamos desafíos a una escala planetaria. La globalización capitalista completó y radicalizó la interconexión entre las diferentes sociedades del mundo, de tal forma que hoy somos enteramente dependientes los unos de los otros. Algo realizado en un lugar impacta de forma diferente a todos los otros pueblos y ecosistemas del planeta. Al mismo tiempo, nunca hemos sido tan conscientes de que esto no puede continuar. Pero continuamos… ¿Hasta dónde?

 

Creo que la crisis que tenemos ante nosotros tiene en su centro, ahora sin máscaras ideológicas, en la creencia en un modelo de desarrollo como ideal de las sociedades basado en una visión de progreso sin límites sobre la base de un modelo industrial de producción y consumo. Modelo que no aporta ni bienestar ni es sustentable y, sin embargo, es aplicado tanto en el capitalismo como en el denominado socialismo, impulsado tanto por la derecha como por la izquierda. Aún más, dicho modelo proporciona bienestar a algunos a costa de otros, impone patrones de producción y consumo que la Tierra no soporta. Se trata de un modelo de sociedad que lleva a la concentración de la riqueza en manos de pocos y a la exclusión de muchos, con violencia, terror y guerra.

 

Los Estados Nacionales y los acuerdos multilaterales instituidos, en particular después de la Segunda Guerra Mundial, ya no dan cuenta de lo que está sucediendo en el mundo. En este vacío, el imperialismo belicoso de los EE.UU. parece un oso herido, con gran capacidad de destrucción, pero sin clara dirección. Con una ONU en un rol secundario e instituciones financieras multilaterales (BM, FMI, OMC) disminuidas en términos de capacidad y legitimidad de regulación, la que impera es la ley del más fuerte. Asistimos a una “recolonización” económica del mundo: China como una potencia económica y nuclear emergente, junto con las grandes corporaciones, son más grandes que muchos Estados Nacionales. El G-8 reúne los grandes Estados de las naciones denominadas desarrolladas actuando mas como “club privado”, ampliado o no, que como organismo multilateral legítimo. No da cuenta de la diversidad de contradicciones y nuevas demandas ya que su principal objetivo es hacer perdurar la crisis.

 

La crisis de la civilización – que puede considerarse como un nuevo reto para la emergente ciudadanía de dimensiones planetarias – se puede ver en tres dimensiones:

 

•  La desigualdad social

 

La economía continúa expandiéndose a escala global contra la sociedad. Se acentúa la desigualdad y la exclusión social a nivel mundial y dentro de cada sociedad. Hoy en día los pobres del Sur (los inmigrantes, las comunidades de las zonas deprimidas, las minorías étnicas, etc.) están marginados por el pequeño Norte desarrollado, con un 10% de la población mundial controlando más del 85% de la riqueza. Opuesto al Norte rico (propietarios de la tierra, del ganado y de la gente; empresarios y sus directivos multinacionales; élites políticas a su servicio) está el Sur, con sus pueblos que carecen de riquezas y poder, condenados a vivir con migajas. Esta desigualdad tiene muchas facetas y perversidades además de clases sociales cuyo enfrentamiento implica una revisión de paradigmas conceptuales y analíticos y nuevas propuestas y estrategias de lucha. La desigualdad se combina con formas de dominación con predominio patriarcal, racismo y xenofobia que es la negación de la diversidad.

 

•  Crisis ambiental

 

Para la crisis ambiental convergen tres procesos en colisión:

  • - El cambio climático debido al efecto invernadero;
  • - El uso intensivo y el agotamiento de combustibles fósiles, no renovables, energía en la base del modelo de producción industrial-consumista;
  • - La destrucción y el agotamiento de los bienes naturales que tenemos en común, en particular el agua, los recursos genéticos, la biodiversidad y la tierra agrícola.

 

• Violencia

 

Proliferan situaciones de violencia abierta, intolerancia y fundamentalismo definiendo los modos colectivos de vida. El sufrimiento y el miedo se imponen a grandes contingentes de la población civil a través de amenazas y asesinatos, provocando el desplazamiento y el destierro. Pueblos enteros son separados por conflictos interminables; las ciudades son divididas; los países son invadidos. En el contexto de la concentración y la búsqueda de ganancias sin límites, la disputa por el control de los recursos naturales, las desigualdades económicas y de poder y el agotamiento de recursos, intensifican la violencia y alimentan aún más el fundamentalismo, llevando así a una mayor militarización.

 

Frente a esta triple crisis se agudiza “el mal gobierno” y la falta de regulación concertada. El viejo orden de dominación ya no es consciente de los retos y el nuevo orden todavía no ha surgido. Es en este marco que hemos de situarnos, situar a Brasil, situar la Amazonia. ¿Qué espera el mundo de nosotros? ¿O qué, como ciudadanía activa, podemos y debemos hacer desde aquí para hacer frente a esta crisis de civilización?

 

II – Brasil como potencia emergente: ¿para quién?

 

Brasil es, sin duda, un país de enormes posibilidades. Pero ello no es suficiente para ocultar los niveles de exclusión social, las enormes bolsas de pobreza y la vergonzosa persistencia de la desigualdad, con sus múltiples facetas. Somos responsables de uno de los patrimonios naturales más importantes de la tierra. Pero la destrucción de tales recursos avanza más rápido que las propias tasas de crecimiento económico. Nuestro territorio y nuestra gente nos colocan en el pequeño grupo de países superdotados de recursos, pero pareciera que no podemos utilizar esta capacidad para crear un Brasil sustentable y justo, para contribuir a la construcción de un mundo nuevo.

 

Los logros recientes – como base para el desarrollo – merecen ser destacados y valorados, a pesar de la persistencia de las limitaciones mencionadas anteriormente. El más importante y crucial es la propia democracia política, todavía joven pero que ha demostrado una vitalidad envidiable. En términos institucionales avanzamos bastante, aunque reconocemos que aún queda mucho por hacer. Tal vez el aspecto más prometedor es la voluntad de amplios sectores por participar. Muchos, sin embargo, siguen siendo políticamente “invisibles” al no estar organizados o depender en extremo de favores y no tener la capacidad de hacer valer sus derechos. El hecho es que tenemos una sociedad civil capaz de iniciativa, expresión de una cultura democrática, y un tejido de asociaciones que se expande y gana fuerza política.

 

Lo que nos falta y donde menos hemos avanzado ha sido en términos de la democracia social. Con la elección de Lula como Presidente, lo que significó para Brasil que la población popular ha ganado poder, parecía ser que finalmente estábamos creando las condiciones políticas para la tarea histórica de reconstruir el país de una forma justa y sustentable. En la práctica, sin embargo, todavía son tímidos los signos de cambios significativos. El Estado brasileño, gestionado como la base para el desarrollo que tenemos, está capturado por poderosos intereses y fuerzas, cuyas demandas de confrontación e ingeniería son mucho más complejas que las que fueron puestas en marcha por el PT para ganar las elecciones y mantenerse en el poder.

 

Tenemos avances indiscutibles en algunas políticas sociales frente a situaciones urgentes, como el hambre y el rescate de las deudas sociales históricas. Pero el hecho es que esas políticas no están diseñadas estratégicamente y ni siquiera pensadas en la estructuración de un nuevo modelo de desarrollo, de democracia, sobre todo, social. Son, sin duda, políticas compensatorias necesarias en el corto plazo, pero incapaces de gestar una sociedad sustentable, justa, participativa, y en paz con todos los pueblos de la Tierra.

 

Fundamentalmente, seguimos con un modelo de desarrollo depredador de la naturaleza, concentrador de riquezas y creador de enormes bolsones de pobreza. Volvemos a discutir sobre el modelo de desarrollo pero este debate esta esencialmente confundido con las tasas de crecimiento del PIB. Aunque un tanto vacilantes, no continuamos persistiendo en el desmonte del modelo inspirado en el decálogo neoliberal del “Consenso de Washington”, de la década de los 90 del siglo pasado. El PAC, Programa de Aceleración del Crecimiento, a pesar de su timidez, apunta a una especie de regreso a un modelo que ya conocimos, sin ser idéntico por supuesto, basado en grandes proyectos de infraestructura y la vuelta a la producción orientada a la exportación, etc.

 

Lo que está sucediendo con las exportaciones brasileñas es un buen ejemplo de lo que enfrentamos. Se exacerban las contradicciones del pasado en lugar de cambiar direcciones y perspectivas. Ese “éxito” de las exportaciones y la obtención de un alto excedente comercial son vistos por el público y los círculos especializados del mundo académico y empresarial, como un importante indicador del éxito de la estrategia ya que pone en movimiento a la economía en su conjunto. Sin embargo, estamos una vez más convirtiéndonos en una especie de economía primaria de exportación, ya que entre el 70 y el 80% de nuestras exportaciones son de esta naturaleza: soja, café, carne, minerales, acero, celulosa, papel y otros productos similares. Para parafrasear a Eduardo Galeano en su famoso libro sobre América Latina, diría que estamos abriendo aún más nuestras venas para exportar aún más nuestras propias bases de la vida. ¡Ahora también decidimos incluir el etanol entre los productos para la exportación!

 

Por supuesto, todo puede verse desde otro punto de vista. En términos del modelo de desarrollo dominante, con un mundo controlado por las grandes empresas y la expansión capitalista de China consumiendo los recursos naturales que aún quedan en la tierra, la opción brasileña de utilizar las “ventajas comparativas”, por el momento, parece ser un buen negocio. Negocios, y de los grandes, esto es irrefutable, pero, ¿cuál es la deuda social y ambiental que queda en Brasil? ¿Quién está ganando con esto? Incluso los recursos de estas exportaciones, ¿son fondos que financian la democracia social o satisfacen el apetito de la lógica de aumentar las ganancias que todo lo envuelve, incluso la mayor parte del presupuesto público?

 

La cuestión de las exportaciones está lejos de agotar la compleja cuestión del modelo de desarrollo. Pero ilustra bien lo que quiero discutir aquí. Brasil se levanta como poder emergente en términos políticos y económicos, particularmente en la región. Pero no veo que esta aparición progresiva apunte a cambios en la estructura y en el proceso de la globalización dominante. Como estrategia, parece que tendemos aún más a querer ser parte del selecto grupo de países que se comportan como amos del mundo, el anteriormente mencionado G8, que a constituirnos en una expresión de los necesarios y urgentes cambios en la geopolítica y en las entidades que regulan el poder en el mundo para permitir la construcción de sociedades democráticas, justas, solidarias y sustentables.

 

Es el momento de innovar con audacia, nuevamente. Tenemos que reconocer las nuevas amenazas y retos para la ciudadanía y la democracia en Brasil, hoy en un contexto de una mayor apertura al mundo y una mayor interdependencia generada por la globalización y la enorme crisis que ocasiona. Esto nos lleva a las principales cuestiones de Brasil en el mundo. Pregúntense: ¿qué Brasil necesita el mundo? ¿y qué Brasil puede nuestra ciudadanía, en alianza con la ciudadanía global, producir? ¿Qué Estado? ¿Qué Soberanía? ¿Qué democracia? ¿Cuál justicia social? ¿Qué clase de sustentabilidad y para quién? Respuestas que sólo podemos construir desde que aprendemos en la gran escuela de la ciudadanía planetaria, el Foro Social Mundial. Se trata de asumir radicalmente nuestras responsabilidades de brasileños y brasileñas, pero en diálogo abierto con otros pueblos y personas del planeta, reconocemos que decidimos nuestro futuro aquí y que también influimos en la humanidad entera, como gestores de nuestras vidas y del patrimonio natural que nos sustenta.

 

 

Propuestas y resumenes

III — Nuestro compromiso por otra Amazonia en otro Brasil en otro mundo posible

 

La osadía de las propuestas y el coraje para incidir deben aquí y ahora unirse frente a los desafíos que enfrentamos. Por eso pienso que el debate puede adquirir naturaleza concreta y mayor radicalidad a partir del desafío que el propio FSM se propone: el de colocar a Amazonia en un debate sobre cómo construir otro mundo, de justicia social y sustentable, de igualdad y diversidad, de derechos de ciudadanía con responsabilidades compartidas y solidaridad, de participación democrática y de efectivo poder ciudadano. En enero del 2009 nos encontraremos en el FSM, en Belén, en pleno corazón de la Región Amazónica. El desafío de pensar las cuestiones de otro mundo a partir de una perspectiva radical local es, al mismo tiempo, mundialista.

 

La Región Amazónica es un vasto territorio compartido por 9 países de Sudamérica (aunque en realidad, la Guyana Francesa es un fragmento remanente del antiguo colonialismo). La Amazonia contiene la selva más extensa del planeta. Sin embargo, en ella viven, a uno y otro lado de las fronteras de los Estados Nacionales, muchos y diversos pueblos, con su propio modo de vida, cultura y, sobre todo, formas de resistencia a los procesos dominantes. Sólo en la parte brasileña son más de 25 millones de habitantes.

 

Como bien apunta un importante documento preparado por la FASE (FASE, “FSM 2009: La Amazonia nos invita a renovar nuestro compromiso para un mundo posible”. Río de Janeiro, octubre de 2007):

 

“Frente a la acelerada desaparición de la biodiversidad y a la crisis climática que ya comienza a provocar situaciones de injusticia climáticas y que afectan principalmente a los más pobres, Amazonia aparece como una de las últimas regiones del planeta que está relativamente preservada, de gran valor tanto para la manutención de la biodiversidad debido al papel que juega, positivo, sí la selva fuera conservada, y negativo, sí fuera destruida y quemada, en el esquema de los poderes continentales y mundiales. En este sentido, la selva deber ser entendida como algo indispensable para la vida de la humanidad y, por lo tanto, su preservación, vista como una garantía de calidad de vida de sus poblaciones, constituye un desafío no solamente para los hombres y mujeres de Brasil, sino también para el conjunto de los pueblos del planeta.”

 

“En torno al destino de Amazonia se libra una de las batallas más importantes entre los países ricos y los países del sur, una guerra que decidirá las obligaciones que recaerán sobre cada país, y la inevitable asignación de costos de la crisis ambiental y de los cambios catastróficos del clima mundial. Los Estados más poderosos, con patrones de producción y consumo insostenibles, disponen de enormes recursos financieros, tecnológicos y militares en nombre del bien común. No abandonarán sus pretensiones de controlar a Amazonia. Intentan reproducir, a costa de nuestros países, los actuales e insostenibles patrones de producción y las prácticas de quinientos años de expropiación de riquezas y recursos energéticos de los países Sudamericanos.”

 

Es fundamental subrayar el carácter interno de un proceso colonialista de expansión destructiva de la Región Amazónica. Poderosos grupos privados (latifundistas y agrónomos, empresas mineras, empresas madereras, etc.), en el interior de los países – en Brasil en particular – se disputan los recursos de la región, se apropian las tierras y controlan grandes partes del territorio, destruyen la flora y la fauna, envenenan los ríos, extraen minerales, masacran a los pobladores y a las poblaciones locales junto con sus modos de vida. Todo en nombre del progreso, del desarrollo. Amazonia es un territorio humanizado muy amenazado. Pero existe un enorme tejido de asociaciones que se forja a partir de los diversos grupos locales. Hay grandes movimientos que resisten a todo esto y construyen alternativas. El reto es encontrar inspiración en los pueblos de Amazonia, sus movimientos y organizaciones comunitarias, para enseñar otra Amazonia a la humanidad: ni la destrucción predatoria en nombre del desarrollo, ni el conservacionismo excluyente y colonialista inherente a la idea de “yacimientos” internacionales de carbono, financiados por créditos obtenidos a través de derechos de polución comprados por grandes corporaciones y por países industrializados.

 

”Amazonia es depositaria de recursos biológicos y genéticos aún largamente desconocidos, pero indudablemente de gran valor para la humanidad; y sus pueblos están provistos de conocimientos seculares y milenarios sobre estos elementos. Estos recursos y conocimientos atraen la avaricia de grandes corporaciones que encabezan la búsqueda implacable de la privatización de la vida y los conocimientos. Los pueblos indígenas y las poblaciones con raíces en la región nos enseñan que la vida es un regalo y que somos parte de la Madre Naturaleza. La apropiación privada de vida es inconcebible, pues fue hecha para ser compartida. Amazonia nos invita a rechazar firmemente la lógica del mercado de las empresas transnacionales e internacionales y poner en el centro de sus preocupaciones la reconstrucción de la tierra, la humanidad de los nuevos paradigmas liberadores como la solidaridad, la igualdad, reconociendo la diversidad, el respeto a las diferencias, la responsabilidad, y el cuidado.” (FASE, en el documento antes mencionado).

 

Para enfrentar tales desafíos es fundamental reconocer el papel jugado por la fuerza de la conciencia en el bien común mayor que tenemos: el Planeta Tierra como base de nuestra vida. Esto lo estamos comprendiendo en la preparación del FSM. Va junto con una conciencia renovada de humanidad en la diversidad de personas, pueblos y culturas. Asimismo, una ciudadanía planetaria emergente tendrá la posibilidad de intercambiar conocimientos y experiencias, valorar propuestas y descubrir estrategias de acción de los grupos humanos que viven en la Región de Amazonia, fortaleciéndolos a su vez.

 

Pero en el marco de los temas que he de exponer aquí, es evidente que la crisis de civilización en sus tres dimensiones será el centro del debate sobre Amazonia en otro mundo posible. En conclusión, enfrentar la crisis climática y de destrucción ambiental necesariamente pone a Amazonia en evidencia. Así, estamos delante de un asunto complejo de dimensiones planetarias sobre el papel que juegan los Estados nacionales y la soberanía. ¿Quién, después de todo, es el primero en el rediseño del poder? Para el ciudadano lo local significa más poder de decisión. Y las poblaciones locales reclaman más poder. Sus relaciones con los Estados nacionales que comparten Amazonia es un asunto crucial. Basta recordar aquí los pueblos indígenas y sus territorios, que muchas veces no reconocen las fronteras nacionales.

 

Pero en Brasil no es posible pensar en Amazonia sin pensar en el lugar propio de Brasil en el mundo. Brasil y Amazonia están unidos por un cordón umbilical, profundamente interdependientes. Brasil no es Brasil sin Amazonia, que constituye alrededor del 50% de su territorio. Sus pueblos son parte de este Brasil diverso y profundamente desigual.

 

IV – Indicaciones para una salida (principio, más que conclusión)

 

Consciente de que no basta criticar, me gustaría terminar exponiendo algunos puntos de partida para la construcción de alternativas. En realidad, hay más gente de la imaginada construyendo alternativas concretas para sus vidas, exactamente allí donde viven. Al final, ser excluido del acceso a los recursos ambientales y económicos y sufrir la degradación de su entorno y, al mismo tiempo, ser capaz de inventar formas de vivir, de establecer lazos familiares y amistosos, de ser parte de una comunidad solidaria, de soñar, rezar y divertirse, de seguir caminando en fin, todo esto sumado y articulado, apunta a una dinámica de resistencia y de construcción de otros tipos de vida en colectividad. Las “trincheras” de la sociedad civil de las que Gramsci nos habla, son un hecho histórico y humano. Hace falta articular, sistematizar, teorizar al respecto, formulando propuestas políticas que ayuden a los grupos, comunidades, ciudades, pueblos y naciones en su búsqueda de modelos de desarrollo, esto es de condiciones políticas, culturales, económicas y técnicas de sociedades justas y sustentables.

 

En mi opinión, enriquecida con la experiencia que Ibase y el Foro Social Mundial me proporcionaron, destaco algunos principios para la situación brasileña:

  • Prioridad absoluta para la justicia social
  • Democracia como estrategia, fundada en nuestros principios éticos de igualdad, libertad, diversidad y participación
  • Dar autoridad político-cultural a los grupos “invisibles”: pobres, discriminados, excluidos
  • Garantía de acceso y uso de todos los bienes comunes, naturales y producidos, para todas y todos, sin distinción, como base para una vida sustentable,
  • Modelo de desarrollo basado en el uso de recursos sustentables, con prioridades al cuidado de las necesidades internas de los propios grupos humanos directamente involucrados, con máxima reubicación de la economía y de sus administraciones políticas: “producir aquí, para consumir aquí, para la gente que vive aquí” o, de forma más suave, que las empresas se establezcan aquí para vender aquí y servir a las necesidades de aquí.

 

Estos puntos ya son suficientes para revelar las perspectivas en que me encuentro y compartir con muchos otros en Brasil, en Amazonia y en el resto del mundo. Pero hay otro punto que puede hacer la diferencia. Se trata de construir un fuerte movimiento planetario para el cambio, que significa sembrar raíces en cada lugar, en cada comunidad, en cada pueblo. Para esto necesitamos soñar en grande, ser fuertes y persistentes y participar con actitudes radicales, sin miedo a la crisis de la civilización y al desorden mundial que trae. Tal receta es especialmente atractiva para el Brasil, nuestro país, que emerge ahora en el escenario mundial.

 

 

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