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Finances et économie équitable, durable et solidaire Finanzas y economía equitativa, sustentable y solidaria

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Durante estos últimos treinta años, la globalización económica y financiera llevó a un punto nunca alcanzado la pretensión de gobernar las sociedades y administrar los “recursos” humanos y naturales, según las leyes de la competencia generalizada, la propiedad privada y la máxima rentabilidad económica. La afirmación de la superioridad de las regulaciones comerciales deslegitimó la reglamentación de orden político y la democracia, y autorizó la depredación acelerada de los recursos naturales y las actividades humanas, entre ellas el trabajo. Esta etapa neoliberal de la mundialización, iniciada a comienzos de los años 80, atraviesa una profunda crisis.

 

Pero la crisis actual es una crisis estructural global que incluye la del neoliberalismo y la del capitalismo. Revela, en efecto, las diferentes dimensiones de la desregulación del mundo. Es una crisis sistémica, con la presencia simultánea de las crisis financiera, económica, ecológica, social, alimentaria. Sin embargo, estas crisis no sólo están yuxtapuestas, sino que no pueden tratarse separadamente. Aunque la crisis financiera adquiera un cariz espectacular, especialmente hoy en Europa, no bastará con corregir solamente algunos desvíos de las finanzas globales para salir de esta difícil situación. Esta crisis es un verdadero derrumbe de las promesas realizadas por el capitalismo triunfante a escala mundial; traduce cómo la tendencia a la transformación de la naturaleza, el trabajo y el conjunto de las actividades humanas en mercancías significa destruir la capacidad de reproducción de las sociedades mismas.

 

En el Foro Social Mundial de Belém, en 2008, movimientos como los integrados por mujeres, ecologistas, campesinos, pueblos indígenas, fueron más lejos. Afirmaron que si había que cuestionar las relaciones entre la especie humana y la naturaleza, lo que está entonces en tela de juicio es la base de la modernidad occidental y algunos fundamentos de la ciencia contemporánea. Se trata efectivamente entonces de una crisis de civilización.

 

Estos análisis fueron confirmados por los recientes acontecimientos, los reclamos que se expresaron en Túnez y Egipto, luego en Barcelona, Nueva York y otras partes. Se suman a las consignas compartidas por los movimientos en todos los países del mundo y a escala mundial.

Para pensar las alternativas y la transición hacia sociedades justas, solidarias y sustentables, hagamos un rápido repaso de la crisis.

 

Crisis articuladas

 

¿Cómo pensar la articulación entre las crisis para implementar alternativas que no sean meramente la sumatoria de medidas sociales, ecológicas, políticas?

 

La crisis social suele entenderse como una simple consecuencia de la crisis financiera. Ahora bien, la crisis social está en los orígenes de la crisis global: la explosión de las desigualdades sociales, el desmantelamiento de los sistemas de protección social, la reducción de los ingresos salariales, el deterioro de los ingresos provenientes de la agricultura familiar tornaron necesaria, para sostener el crecimiento, la acumulación del capital, una economía de endeudamiento generalizada que dio origen a la crisis de las subprimes. Esta crisis financiera, iniciada en 2008, se vio acompañada de planes de reactivación y apoyo al sistema financiero que transfirieron la deuda a las finanzas públicas. Las sociedades europeas están hoy en la mira de estas lógicas financieras con la multiplicación de los planes de austeridad. Dichos planes, más allá de su injusticia social, ratifican la continuidad del modelo que condujo a la catástrofe financiera. Traducen de manera explícita la sumisión de los Estados a las finanzas globales. Las resistencias a las políticas de austeridad son necesarias y esenciales. Pero la salida de la crisis no puede pensarse en los términos del crecimiento, tal como sucedió después de 1945, en un momento en que Europa (junto con Estados Unidos) reinaba en el mundo y se beneficiaba con una parte importante de las riquezas.

 

La crisis ecológica suele entenderse también como una obligación adicional que debe “internalizarse”, o incluso como una “oportunidad” para un nuevo capitalismo, verde y responsable, que encuentra un nuevo campo de expansión, una nueva frontera por conquistar gracias a la economía verde. La economía verde, en efecto, va mucho más allá del green washing; es la conquista del “capital” natural, su inclusión en el ciclo del capital, ya no sólo como un stock al cual recurrir sin tener en cuenta sus límites, sino como un flujo productor de servicios (polinización, captura del carbono, acción de la biomasa, drenaje del agua, etc.).

 

El carácter singular de la crisis ecológica, expresado por situaciones de irreversibilidad (agotamiento de recursos, cambio climático, biodiversidad) y por la posibilidad de catástrofes no controlables, debería evidenciar la necesidad de una bifurcación de los modelos de producción y consumo dominantes. Sin embargo, ésta tiende a reforzar el paradigma técnico-científico y la creencia mágica en soluciones técnicas, que recortan los problemas en lugar de comprenderlos en su globalidad, que despojan a las poblaciones de sus saberes y sus decisiones, y se vuelven finalmente más destructivas que los males que supuestamente resuelven. Refuerza también el proceso de privatización de los bienes comunes, con el pretexto de que el mercado sería más apto para gestionarlos que las comunidades de base.

 

La crisis ecológica no es consecuencia de derroches incontrolados, excesos o tecnologías contaminantes, aun cuando estos fenómenos sean importantes. Es producto del olvido y la negación del hecho de que las sociedades y los hombres no pueden vivir independientemente de los ecosistemas de los cuales dependen. La crisis ecológica es comparable a la economía de endeudamiento y el derrumbe financiero: refleja los préstamos tomados de la naturaleza que nunca o muy difícilmente podrán devolverse, con derechos a girar indefinidamente sobre los recursos, incluso con derechos a contaminar, que se intercambian en el mercado del carbono y alimentan ya los mercados derivados y la especulación.

 

La crisis social y la crisis ambiental no son consecuencia de una crisis económica que tendría su propia lógica interna, aislada de la sociedad y el ecosistema; son componentes de una crisis global que es la crisis de un modelo global de sociedad. La dominación de la esfera económica y de sus leyes sobre el conjunto de la sociedad, su pretensión de estar casi por encima de la tierra, por encima de la sociedad, y ser autónoma con respecto a los ecosistemas, son ecológica y socialmente insostenibles.

 

Resulta evidente que el capitalismo, que durante mucho tiempo obtuvo su legitimidad de una democratización de las sociedades (entendida en ese marco esencialmente como el acceso a bienes de consumo), devino incompatible con la democracia política y social. Cada uno a su modo, los movimientos de los Indignados, los procesos en curso en el mundo árabe, las múltiples coaliciones internacionales por la justicia social y ambiental, los movimientos campesinos y los movimientos indígenas, expresan la negación de reconocimiento de los derechos humanos, políticos y sociales, la negación de la naturaleza y la negación de la democracia.

 

Una crisis sistémica y geopolítica

 

Fue en los años 70, en efecto, que comenzó el proceso de crisis que las sociedades hoy deben enfrentar: crisis del fordismo, crisis de la sobreacumulación con caída de la rentabilidad del capital, crisis de las regulaciones nacionales de tipo keynesiano en un mundo internacionalizado. Pero ya era también una crisis de la política de crecimiento y del productivismo, crisis de sociedades organizadas en torno a la producción-consumo de masas, crisis del modelo energético. Las consecuencias ecológicas globales de este modelo, el consumo gigantesco de recursos energéticos y minerales que ocasionan, fueron objeto entonces de numerosos informes, rápidamente olvidados.

 

Esta crisis produjo todos sus efectos en los años 80, con el desempleo y la exclusión social masiva en los países del Norte y, en los países del Sur, con la crisis de la deuda tratada con numerosas políticas de ajuste estructural, con una fuga hacia adelante en un productivismo delirante para sostener las exportaciones agrícolas especialmente, causando un desastre social y ecológico.

 

La respuesta política a la crisis fue dada por las coaliciones neoliberales que llegaron al poder, que para recuperar el crecimiento perdido y la potencia, impusieron la globalización económica y financiera con políticas drásticas de competencia dentro de las sociedades y entre las sociedades del mundo, de máxima reducción de los costos salariales, de librecambio absoluto y generalizado, de privatización de los bienes comunes. Esta promesa de un mundo librado así de la pobreza y la guerra fue recibida y aceptada, con variantes, por la mayoría de las élites políticas y económicas dominantes. El campo del capitalismo se encontró entonces considerablemente ampliado: la “reproducción de la fuerza del trabajo” entró en el mundo encantado de la mercancía (protección social, educación, salud), el trabajo se redujo a un simple recurso y una variable de ajuste, no más que para asegurar la supervivencia, gracias a la distribución de un poder adquisitivo mínimo y la continuación del proceso. Al mismo tiempo, los bienes comunes, el agua, la tierra, los bosques, la biodiversidad, la vida, el conocimiento, están sometidos a un movimiento de expropiación sólo comparable, por su extensión y su violencia, al movimiento de la privatización de la tierra en Gran Bretaña a partir del siglo XVI.

 

Pero las políticas neoliberales, extendiendo ese modo productivista al conjunto del planeta, aumentaron y aceleraron la presión sobre los recursos a un punto inimaginable. Establecieron también nuevas relaciones de fuerza entre los diferentes países. Si bien la dependencia tradicional de los países del Sur respecto de los del Norte persiste en numerosos terrenos, se modificó en parte de manera evidente e incuestionable: dependencia económica y financiera respecto de los países emergentes, China especialmente, creciente dependencia de las materias primas cuando éstas tienden a agotarse. En este sentido, la crisis de Europa es mucho más que una crisis interna, traduce las modificaciones de su lugar en el mundo y la imposibilidad de encontrar en forma duradera los motores que habían asegurado su crecimiento y su dominación.

 

La globalización económica, atacando todos los límites que se oponen a la mercantilización y el crecimiento infinitos, reveló paradójicamente los límites de la expansión capitalista global. En ese sentido también, la crisis actual es mucho más que una crisis económica; es una crisis de la dominación de la economía sobre el conjunto de la vida social y política, dominación que el neoliberalismo llevó a su extremo convirtiéndola en un verdadero proyecto político global y una alternativa a la democracia.

 

La urgencia de una bifurcación. ¿Qué transiciones?

 

Esta crisis recuerda de manera saludable que el capitalismo no es sólo una forma de organización de la economía. Es una forma de civilización, o más bien de descivilización que implica formas cotidianas de vida, representaciones, y en particular una relación singular con la naturaleza y el trabajo. Es de esta descivilización que hay que salir con urgencia. El terreno no es virgen; numerosas luchas, experiencias alternativas existen ya, sin las cuales además el proceso de descivilización ya habría producido verdaderas catástrofes. A la fuga hacia adelante a la destrucción de lo que queda de un mundo común para compartir, se opone en efecto un contra-movimiento, que traza caminos para un poscapitalismo.

 

La presente crisis refleja el derrumbe de un modelo, en sus dimensiones esenciales, con regresiones muy fuertes, presentes y futuras. Pero el advenimiento de la crisis no debe entenderse como posibilidad de cambio ineluctable y necesario, en nombre de supuestas leyes históricas. En efecto, la crisis también forma parte de la regulación del sistema y de su persistencia en ser un momento propicio para iniciar una fuga hacia adelante, impuesta y finalmente aceptada bajo el efecto del impacto de catástrofes sociales o ecológicas.

 

Pero la crisis puede reabrir también la posibilidad de otros mundos. La globalización subordinó la totalidad del espacio social y la biósfera a la lógica abstracta de la producción ilimitada para el mercado, del librecambio, arrasando con la riqueza concreta y la complejidad del mundo social y natural para hacerla entrar mejor en el proceso del capitalismo. Al hacerlo, destruye el mundo común entre los humanos, único en su diversidad, y los lazos de las sociedades con la Tierra. Por eso las transiciones tomarán caminos plurales que pasan por formas de desglobalización, por una relocalización de las actividades, por una reapropiación colectiva de los territorios. Pero esto sólo puede tener sentido y permitir realmente una bifurcación en el marco de un movimiento mundial de resistencia a la globalización a través de la invención de alternativas y nuevas formas de cooperación.

 

Algunas propuestas a debatir para formular alternativas

 

1- La moneda y las finanzas son bienes colectivos y no bienes privados. ¿Qué resocialización de la moneda y el crédito? ¿Qué regulación de las finanzas globales? Monedas locales y monedas sociales como herramientas de la democracia – Finanzas solidarias – Naturaleza sin precio.

 

En su dimensión financiera, la crisis no tiene el mismo impacto en todas las sociedades: actualmente afecta en primer lugar a los países que están en el corazón del modelo: América del Norte, Europa. Tiene y tendrá un impacto directo sobre los países emergentes que se construyeron en base a la economía de endeudamiento promovida en los países del Norte, China en particular. Pero las finanzas y las lógicas financieras son globales y siguen su curso. La financiarización de los bienes naturales, tierra, agua, vida, atmósfera, bosques es una nueva etapa del proceso, que se traduce en la destrucción de los ecosistemas, crisis agrícolas y alimentarias, la expropiación y negación de los derechos de los pueblos y comunidades. Los saberes mismos están sometidos a estas lógicas. Los bienes comunes sociales (salud, educación, cultura) están privatizados e incluidos en las finanzas globales.

 

2- Producción y distribución de las riquezas, acceso a los bienes comunes, democracia.

 

La justa distribución de las riquezas en las sociedades y a escala mundial plantea numerosas cuestiones:

  • Reconocimiento de los límites a la acumulación infinita de las riquezas materiales, consiguiente cuestionamiento de las políticas de crecimiento, productivismo, extractivismo. ¿Moderación, bienestar, decrecimiento?
  • Reconocimiento de una deuda ecológica y social (no comercializable). ¿Qué políticas diferenciadas?
  • ¿Qué relocalización-desmundialización-altermundialización? Papel de la economía social y solidaria. ¿Qué cooperación internacional?

 

3- Transición energética

 

Las decisiones energéticas son determinantes para la agricultura, el transporte, la industria, la recuperación de los bienes comunes, la lucha contra el cambio climático.

  • los caminos de la sociedad pospetrolera.
  • transición energética, moderación energética y empleos.
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