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10 d noviembre 2011
El mundo en la gran encrucijada: ¿rescatar al 0,1 o al 99,9 por ciento?
Por Federico Bernal
Terminar con la barbarie exige la unidad e integración de esfuerzos y estrategia de los pueblos del mundo junto a las naciones emergentes afines al cambio del orden planetario. Soluciones pacíficas para terminar con el gobierno de la minoría.
Apenas 24 horas transcurrieron de la 6ª Cumbre del G-20. ¿Soluciones? ¿Cambios? Nada. Pura hipocresía y más terrorismo financiero y militar. ¿Qué esperar de la decadente pero aún hegemónica potencia norteamericana que frente a la admisión del Estado de Palestina en la Unesco, responde con el retiro de sus aportes hacia dicha organización? Mientras tanto, el deliberado hundimiento del sector público y el Estado de Bienestar en los Estados Unidos y la Unión Europea deja a decenas de millones sin empleo, sin salud, sin viviendas y sin cobertura social de ningún tipo. Las élites corporativas del capitalismo especulador, banquero y armamentista son conscientes de la amenaza que representa la combinación letal entre la rebelión civil de las clases populares en sus respectivos países y el ascenso y la consolidación socioeconómica y política de una periferia igualmente rebelde. Sin embargo y lamentablemente, están dispuestas a todo y en todas partes: desde magnicidios como en el caso de Libia, hasta crímenes de lesa humanidad sobre poblaciones enteras, tanto propias como ajenas. Si las clases populares y las naciones emergentes se juegan el derrocamiento del orden económico y financiero conservador internacional, el neoliberalismo global se juega la supervivencia del Consenso Reagan-Thatcher. Un consenso que vino a fortalecer al viejo orden de la posguerra y que nació con la victoria británica en Malvinas, para proseguir ocho años después con la invasión militar en Medio Oriente, hoy expandida al norte de África. Un consenso que aborrece la paz, porque la resolución de la crisis del sistema capitalista mientras más pacífica se haga, más popular se torna, y mientras más se embebe de tales características, más letal resulta al conservadurismo planetario. Son estas horas de profunda tristeza e injusticia para la humanidad, aunque cada vez más inundadas de un inédito despertar de la conciencia popular, la organización social y la lucha contra los poderes establecidos. Wall Street, Londres y París exigen austeridad, ajustes sociales y venta del patrimonio estatal. Arremeten con más libre mercado, con leyes antiobreras y sindicales, intentonas golpistas y bombardeos a civiles con uranio enriquecido. Intervienen colonialmente en Malvinas, Libia y otras naciones. Su poder es omnímodo y sus gastos para la supervivencia de sus propios intereses parecerían ser ilimitados. Seguir conociendo en detalle quiénes son y cómo operan, constituye la mejor herramienta para el triunfo definitivo de las clases populares.
EL CORAZÓN DEL CONSERVADURISMO PLANETARIO.
Según una notable y muy reciente investigación del Instituto Federal de Tecnología Suizo, de unas 43 mil corporaciones transnacionales existentes en el mundo, 1318 son dueñas de un 60% de la economía real mundial a través de diversos grados de participación accionaria. Asimismo y de esas 1318, apenas 147 compañías participan en el 40% del entretejido accionario de la totalidad de las 43 mil transnacionales. Pero no es esto lo más suculento. De esas 147 firmas, un 75% son entre financieras, aseguradoras y grandes bancos. ¿Cuáles? Barclays Bank, JP Morgan Chase, Goldman Sachs Group, Citigroup, AXA, Morgan Stanley, Deutsche Bank, Merrill Lynch, Société Générale, etcétera. Las procedencias: los Estados Unidos en primer lugar, seguido de lejos por el Reino Unido, y más lejos aun Francia, Japón, Alemania e Italia.
En otras palabras, la ciencia acaba de demostrar quién es el verdadero enemigo contra el cual, conciente y organizadamente, se rebelan las clases populares del Primer Mundo en paralelo con buena parte de los gobiernos populares de América Latina. ¿Llegan al 1%? ¿Y nosotros?
EL COSTO DE LA HEGEMONÍA MUNDIAL
Desde el G-20, desde la Reserva Federal, el FMI, el Banco Mundial y el Banco Central Europeo, la orden es clara e unívoca: más y más ajustes a las naciones y pueblos oprimidos del planeta, porque eliminar o recortar los gastos bélicos requeridos por el Consenso Thatcher-Reagan no es una opción viable. Desde estas instituciones y organizaciones, a las que debemos agregar la ONU, el terrorismo financiero y militar del occidente “desarrollado” legaliza su accionar. No de otra forma se entiende que mientras las élites corporativas dediquen de 3,2 a 4 billones de dólares (a valores constantes de 2011) en las guerras-invasiones acontecidas entre 2001 y el corriente año, las mismas élites exijan al mundo periférico ajustarse los cinturones y absorber los costos de la crisis (además creada por ellos mismos). Nuevamente: 3,2 a 4 billones de dólares. Los montos surgen del cruzamiento de datos provistos por el Congressional Research Service (marzo de 2011) y el Congressional Budget Office (febrero de 2011). Cabe destacar que estas cifras no incluyen la invasión a Libia, ni gastos de cobertura social ni de salud a los veteranos de guerra estadounidenses. Obviamente, tampoco incluyen los pasivos generados por la crisis humanitaria en los países intervenidos. Para tener una idea y en función de datos oficiales de Humans Right Watch, Amnesty International y la WHO, del año 2003 a esta parte más de 3,2 millones de refugiados iraquíes han migrado de la devastada Nación. Asimismo y consecuencia de la guerra en Afganistán, al menos un millón de paquistaníes se vieron obligados a abandonar la frontera con aquel país. Finalmente y en relación a Libia, la Organización Internacional para la Migración estima que desde el inicio de la invasión de la OTAN, han abandonado Libia 1.078.950 trabajadores migrantes. Por su parte y para Unicef, entre 100 mil a 150 mil personas figuran ya como desplazadas fronteras adentro de la nación africana.
HACIA EL FIN DEL CONSENSO THATCHER-REAGAN
Uno de los grandes lemas de los indignados estadounidenses reza así: “No habrá cambio hasta que no comprendamos y reescribamos enteramente el balance de poder en Estados Unidos.” Y razón no les falta. De hecho, ellos se consideran el 99% cuando en realidad deberían considerarse como mínimo el 99,9 por ciento. En efecto, es el 0,1% de la población la que digita desde Washington la aplicación y supervivencia del Consenso Thatcher-Reagan: desde banqueros y especuladores, hasta los directores y ejecutivos de las grandes firmas petroleras, de las empresas del complejo militar-industrial, las más importantes farmacéuticas, compañías de los agronegocios y los pulpos mediáticos. El mismo frente corporativo en su versión europea, es quien en el Viejo Continente aplasta a las clases populares, movimientos sociales y sindicatos en franca rebeldía. Y ambos frentes corporativos, más sus lacayos domésticos, son los que presionan en América Latina por la apertura de sus economías, el ajuste social, la privatización de empresas, la liberalización del control de capitales, la continuidad de la intervención militar en Malvinas, etcétera. Se explica así que la guerra de intereses y clases librada a nivel mundial, en la Argentina se verifique entre corporaciones igualmente concentradas y multifacéticas contra un gobierno popular y crecientes capas de las clases media y trabajadora, tanto urbana como rural.
Apenas 24 horas transcurrieron de la 6ª Cumbre del G-20. ¿Soluciones? ¿Cambios? Nada. Pura hipocresía y más terrorismo financiero y militar. Poner término a la barbarie del Consenso Thatcher-Reagan exige la urgente unidad e integración de esfuerzos y estrategia de los pueblos del mundo junto a las naciones emergentes afines al cambio del orden planetario. Soluciones pacíficas, soluciones políticas y económicas para terminar con el gobierno del 0,1 por ciento.
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Producción, distribución y consumo: acceso a la riqueza, bienes comunes y economía de transición
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