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¿Hacia una economía verde? ¿Hacia una economía verde?

 

Ariel Carbajal es ingeniero químico, director académico del Centro Tecnológico para la Sustentabilidad de la Univ. Tecnológica Nacional (CTS-UTN). Profesor de la Maestría en Ingeniería Ambiental de la UTN). Alicia Moreno es magister de la Universidad de Buenos Aires en Procesos de Integración Regional con énfasis en Mercosur (Facultad de Ciencias Económicas). Profesora de Geografía. Docente de la MPIR-M y Coordinadora de la Orientación en Desarrollo Humano y Medio Ambiente. Integrante del CTS-UTN.

 

Hace apenas unos días ha concluido un ciclo. El 22 de junio concluyó la Cumbre de Río+20 (veinte años después de la Cumbre mundial sobre Medio ambiente, Desarrollo y  CMAD,  más popularmente conocida como Río 92). En un ambiente de mucho optimismo –la Guerra Fría acababa de concluir casi de un modo impensado unos años antes–, la idea de una aldea global con intereses comunes, relaciones justas, y un futuro común, entusiasmaban las mentes. Con el nombre El futuro que queremos, Río+20 ha intentado renovar el impulso hacia el desarrollo sustentable, y además de ratificar los Principios de Río ha iniciado la incorporación del concepto de Economía Verde, como herramienta para su logro. Veamos de dónde proviene el mismo. Hay quienes, con cierta imaginación y bastante memoria, llaman Río+20, Estocolmo+40, recordando un proceso que formalmente comienza con la convocatoria de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano, en junio de 1972. Esta conferencia, desarrollada en pleno auge de la idea del “Estado Benefactor”, representa un hito en cuanto al reconocimiento de la importancia del problema del deterioro del ambiente y del rol insustituible que debían represen- tar los Estados para responder a este desafío.

 

Esto queda evidenciado en su declaración final, que entre sus principios incluye:

Principio 1: El hombre tiene el derecho fundamental a la libertad, la igualdad y el disfrute de condiciones de vida adecuadas en un medio de calidad tal que le permita llevar una vida digna y gozar de bienestar, y tiene la solemne obligación de proteger y mejorar el medio para las generaciones presentes y futuras. A este respecto, las políticas que promueven o perpetúan el apartheid, la segregación racial, la discriminación, la opresión colonial y otras formas de opresión y de dominación extranjera quedan condenadas y deben eliminarse.

Principio 2: Los recursos naturales de la tierra, incluidos, el aire, el agua, la tierra, la flora y la fauna y especialmente muestras representativas de los ecosistemas naturales, deben preservarse en beneficio de las generaciones presentes y futuras mediante una cuidadosa planificación u ordenación, según convenga.

 

Ambos claros antecedentes del concepto de “Desarrollo sustentable”.

Principio 13: A fin de lograr una más racional ordenación de los recursos y mejorar así las condiciones ambientales, los Estados deberían adoptar un enfoque integrado y coordinado de la planificación de su desarrollo, de modo que quede asegurada la compatibilidad del desarrollo con la necesidad de proteger y mejorar el medio ambiente humano en beneficio de su población.

 

Clara alusión a la necesidad de compatibilizar el desarrollo económico con la protección del ambiente y plantearlo como una tarea de los Estados. Veamos cómo todo esto nos guía hasta la actualidad y nos da pistas de cómo seguir. Veinte años más tarde, el 14 de junio de 1992, la Conferencia de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y el Desarrollo aprobaba la Declaración de Río, así como también se firmaban los Convenios sobre Biodiversidad; Cambio Climático; la Declaración sobre los Bosques de todo tipo, y el Programa o Agenda 21. El Principio 8 de la Declaración de Río dice:

“…los Estados deberán reducir y eliminar los patrones insostenibles de producción y consumo y promover políticas demográficas apropiadas” e incorpora el Capítulo 4 de la Agenda 21 que dice:

“… la causa más importante del deterioro continuo del medio ambiente global son los patrones insostenibles de consumo…”.


Un total de 108 jefes de Estado y de Gobierno tomaron parte en las sesiones plenarias de la Conferencia, a la que concurrieron, además, unos 30 mil activistas locales y extranjeros, numerosos representantes de organizaciones no gubernamentales, y más de ocho mil periodistas. El aporte conceptual y político de la también llamada ECO-92 ha sido indiscutible, hasta en lo simbólico de ver el plateau con los discursos de casi todos los presidentes del planeta, y sin lugar a dudas de los que más peso tenían en los hechos y en la conciencia colectiva. Por allí pasaron personalidades tan disímiles y relevantes como Boris Yeltsin, John Major, Fidel Castro, George. H.W. Bush, François Mitterrand, Helmut Kohl, Felipe González, etc., y otros actores estratégicos de las principales organizaciones multilaterales, públicas y privadas, que desde diferentes posiciones políticas e ideológicas y sectores de interés convalidaron la necesidad y decisión de marchar hacia el Desarrollo Sostenible.

 

Veinte años después los ánimos están mucho más calmados y el intelecto sigue en deuda con el hallazgo de caminos ciertos hacia el Desarrollo Sustentable. Tratemos de desarrollar algunas ideas para tratar de comprender de qué estamos hablando cuando nos referimos a “Economía Verde” en este contexto. El crecimiento económico, basado en la consideración de la naturaleza como fuente inagotable de recursos, y receptora ilimitada de desechos, constituyó una de las bases del paradigma capitalista, fuertemente utilizado a partir de la revolución industrial. Como consecuencia de las actividades del hombre en general, y de los procesos industriales en particular, comenzamos a asistir a una progresiva destrucción ambiental que rápidamente se tradujo en la contaminación del medio ambiente y el agotamiento de los recursos naturales. La toma de conciencia de esta realidad fue surgiendo, de manera traumática, frente a una serie de accidentes industriales o en el transporte de combustibles que provocaron muerte, perjuicios a la salud y calidad de vida de las poblaciones afectadas y extensas áreas contaminadas. Si a ello sumamos las crisis petroleras, o las más recientes y preocupantes manifestaciones de deterioro ambiental global, como los efectos de cambio climático, la disminución de la capa de ozono, o pérdida de biodiversidad, no hay dudas de que aquellos supuestos quedaron ampliamente desmentidos.

 

¿Puede la “Economía Verde” ser una base conceptual y práctica para recorrer este camino?

 

Aún es difícil asegurarlo. Sí podemos afirmar que, de los tres pilares del desarrollo sustentable, el económico es el que debe adecuarse para revertir el proceso descripto. En documentos oficiales, el Consejo de la Unión Europea reconoce que es apremiante repensar el modelo convencional de progreso económico, y ello implica promover un tipo adecuado de crecimiento. Por su parte, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) sostiene que el logro de la sostenibilidad requiere contar con una economía adecuada y correcta. Para alcanzar este objetivo, tanto los países desarrollados como los organismos del sistema de las Naciones Unidas promueven la transición hacia una economía ecológica, o Economía Verde. Para la Unión Europea, una economía ecológica es la que ofrece una manera eficaz de promover el desarrollo sostenible, erradicar la pobreza, y afrontar desafíos emergentes y fallos pendientes en la aplicación. Para PNUMA, la Economía Verde debe mejorar el bienestar del ser humano y la equidad social, a la vez que reduce significativamente los riesgos ambientales y las escaseces ecológicas. La Comisión Económica para América Latina (CEPAL) la entiende por oposición a la economía marrón, que parcializa, contamina, excluye y destruye.

 

Pareciera que, a la luz de estas definiciones, no habría mayores diferencias al referirse a la economía como ecológica o verde. Sin embargo, mientras la economía ecológica goza de prestigio académico y reconocimiento internacional, la Economía Verde ha irrumpido en el escenario como una herramienta acotada a la reducción de emisiones de carbono, y al uso eficiente de los recursos. Esto se siente con fuerza en los países en desarrollo, donde se la caracteriza de las más diversas maneras: desde un nuevo camuflaje del modelo capitalista, hasta una amenaza a la soberanía de los países en desarrollo, a través de la imposición de estándares ambientales internacionales. Para los países desarrollados, en cambio, la transición hacia una economía verde puede ser aprovechada por los países en desarrollo como una oportunidad para contribuir al desacople entre el crecimiento económico y la degradación ambiental, y para acceder al leapfrogging. Esto es, pasar por alto aquellas fases ineficientes, contaminantes y, a la larga, onerosas del desarrollo, a través de un salto directo hacia una vía de desarrollo sustentable, basado en la gestión sostenible y eficiente de sus recursos naturales, y en la promoción de pautas de consumo y de producción sostenibles.

 

En nuestro país conviven las posiciones más encontradas para abordar esta problemática. Desde el ámbito gubernamental se plantea que “…el debate sobre la economía verde era otro capítulo en el enfrentamiento del Norte con el Sur…” y que “…el concepto de economía verde apunta a generar una certificación de productos para evaluar si son elaborados mediante procedimientos no contaminantes y respetuosos del medio ambiente”. Algunas ONG, como la Fundación Ambiente y Recursos Na turales (FARN), se orientan a sostener la necesidad de considerar los nuevos mecanismos económicos, dado que evitar el cambio no hace más que contribuir a la continuación de una realidad insustentable. En una posición más dura, Greenpeace Argentina considera que en la postura oficial está implícito el “…queremos que nos dejen seguir contaminando tal como ellos lo hicieron en el pasado…”. A nivel regional, subsisten también divergencias. Mientras la posición del Mercosur parece más alineada con la posición más inflexible, otros organismos regionales han presentado aportes críticos a la iniciativa, pero con una serie de recomendaciones para avanzar en el camino “verde”. El Sistema Económico Latino Americano (SELA), por ejemplo, señala que, si bien se trata de un mecanismo o instrumento para llegar al desarrollo sostenible, “no basta ir hacia una economía verde, sino que el proceso debe darse de modo que las brechas de la desigualdad puedan realmente reducirse”.

 

Es decir que aún estamos lejos de acordar una base conceptual y práctica para encaminarnos hacia la utopía del desarrollo sustentable. Cada día parecen más actuales las palabras de Juan Domingo Perón, expresadas en su documento “A los Pueblos y Gobiernos del Mundo”, escrito en febrero de 1972 a propósito de la citada Cumbre de Estocolmo: “Este, en su conjunto, no es un problema más de la humanidad; es El problema”. Si no somos capaces de establecer una nueva relación Hombre-Naturaleza, basada en su respeto y en la justicia y equidad entre los hombres y los pueblos, este futuro común será penoso y violento. Aportemos para que sea feliz y pacífico, trabajemos firmemente por la concreción del Desarrollo Sustentable.

 

 

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