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La economía verde: una nueva fase de expansión capitalista La economía verde: una nueva fase de expansión capitalista

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De acuerdo a los documentos oficiales, la cumbre de los gobiernos de Río+20 se convoca con el fin de darle respuesta a los múltiples problemas que hoy enfrenta la humanidad, principalmente la severa crisis ambiental, la pobreza y la crisis económica global. Sin embargo, en lugar de proponerse indagar sobre las causas estructurales de estas crisis, esto es, el patrón civilizatorio capitalista y productivista dominante, afirman que es posible “resolver” estas múltiples crisis a partir de las mismas lógicas mercantiles y los mismos patrones científico/tecnológicos y productivos que nos han conducido a la situación actual. Resulta evidente que con más de lo mismo no se puede sino profundizar estas crisis.

 

Esta cumbre debió haber sido convocada para enfrentar los profundos desequilibrios existentes entre los seres humanos y la naturaleza, provocados por el sistema capitalista y el productivismo, las creencias dogmáticas en la posibilidad de un crecimiento económico sin fin, y el antropocentrismo que ha pretendido colocar al ser humano como amo y señor de todo el planeta. Para afrontar estas múltiples crisis es indispensable, entre otras cosas, realizar un balance crítico de lo ocurrido durante los últimos veinte años, desde la Cumbre de la Tierra realizada en Río de Janeiro en 1992. En lugar de ello, plantean “mirar hacia adelante” para complementar y renovar el agotado y tramposo desarrollo sostenible con un nuevo dispositivo político-conceptual que denominan economía verde. Es éste un término engañoso, que busca aprovecharse de la identificación que suele establecerse entre lo verde y una economía más ecológica, con el fin de ocultar la verdadera agenda que existe detrás del concepto.

 

En realidad lo que se busca en esta economía verde corporativa es profundizar la mercantilización, privatización y financiarización de la naturaleza y sus funciones. Es la reafirmación del pleno control de la economía sobre el conjunto de la biosfera. Pretenden, con un término aparentemente tan inocuo como economía verde, someter los ciclos vitales de la naturaleza a las reglas del mercado y al dominio de la tecnología.

 

Llevando a sus límites la lógica del neoliberalismo, argumentan que la razón fundamental por la cual nos encontramos en la actual crisis ambiental es porque una elevada proporción de los bienes del planeta no tienen dueño, y por lo tanto no hay quién los cuide. Para ello, la solución consistiría en otorgarle un precio a cada uno de los bienes, procesos y los llamados “servicios” de la naturaleza. Una vez que ha sido asignado un precio, ello permitiría la emisión de nuevos bonos que puedan ser negociados en los mercados financieros internacionales. Para avanzar esta “economía verde”, se desarrollan los mercados de carbono y de servicios ambientales y en particular los programas REDD (Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación de bosques), a los que se pretende ampliar para incluir toda la biodiversidad, la agricultura y el agua. Esto conlleva la destrucción de las formas de vida indígenas y campesinas, y es de hecho la expropiación de sus territorios, aún cuando mantengan formalmente sus títulos de propiedad.

 

Se trata de un nuevo confinamiento privado de los comunes, de las funciones de la naturaleza. Estas son apropiadas tal como el capitalismo, desde su inicio, se apropió del trabajo humano para su proceso de acumulación y expansión.

 

Con todo esto se pretende colocar el futuro del planeta en manos de los bancos y demás operadores financieros, en manos precisamente de los principales responsables de la profunda crisis financiera que ha creado millones de nuevos desempleados, ha expulsado a millones de familias de sus casas, le ha robado sus ahorros y pensiones a trabajadores en todo el mundo y ha profundizado las obscenas desigualdades que caracterizan a la globalización neoliberal.

 

Con el mismo patrón científico tecnológico de dominio, sometimiento y explotación de la naturaleza que ha llevado a sobrepasar la capacidad regenerativa del planeta, se pretenden afirmar e introducir tecnologías de alto riesgo como nanotecnología, biología sintética, geoingeniería, energía nuclear, que profundizan estos procesos de apropiación. Estas se presentan además como “soluciones tecnológicas” a los límites ecológicos del planeta, intentando crear una “naturaleza artificial”, y también como la solución a os múltiples desastres que confrontamos. De esta manera no sería necesario cambiar las causas que los provocan.

 

Conscientes de que se hace difícil creerles, el nuevo eufemismo de “economía verde” requiere de otros complementarios y nos ofrecen “economía verde incluyente”, “doblemente verde” y otras cuentas de vidrio por el estilo.

 

Los Estados de las economías emergentes y otros Estados del Sur, en lugar de hacer justicia social enfrentando la acumulación capitalista y el lujo escandaloso, creen encontrar una solución en el llamado crecimiento verde, que alimenta el mito del desarrollo y el crecimiento interminable.

 

Estas negociaciones permiten constatar, una vez más, como el sistema de Naciones Unidas y todo el proceso de Río+20 está siendo crecientemente controlado por las corporaciones y bancos transnacionales, que serán los principales beneficiarios de esa “economía verde”.

 

Es inadmisible que se pretenda crear una nueva estructura de gestión global de esta economía verde corporativa. La creación de este nuevo “marco institucional” es uno de los principales objetivos de la Conferencia de las Naciones Unidas. Pretenden que el PNUMA (Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente), que ha sido el principal promotor de la mercantilización de la naturaleza a través de su Iniciativa de Economía Verde, se convierta en una nueva agencia de las Naciones Unidas con la responsabilidad de la “gobernanza ambiental global”.

 

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